Kafka en la orilla de Murakami me
produjo un sentimiento amargo. Contradictorio en muchos sentidos. Por un lado
la obra presenta conflictos profundos en la ruptura de los círculos familiares,
y por otro lado, conflictos tan antiguos como las tragedias de Sófocles. El
conflicto del joven héroe desborda a sí mismo y a la escritura misma de la
obra. Se mezcla en ella <dos narraciones> que confluyen en una espiral
concadenada que va tensando la escritura que despliega en sus imperfecciones su
mayor destreza.
En la primera narración está la fuga de
Kafka Tamura a la biblioteca conmemorativa Komura, el cual huye de su padre, un
famoso escultor que posee la capacidad de materializar el subconsciente con su
obra. Kafka estará inmerso en cuestionamientos por su origen, cual Edipo joven
transfigurado, en que ambos comparten la misma antigua profecía. Ello climatiza
la obra y hace pensar a los lectores en un destino trágico. Deberá matar a su
padre y acostarse con su madre y hermana. Huye como el héroe griego de su nefasto
destino, únicamente para encontrarlo en la ciudad de Takamatsu, específicamente
en la biblioteca conmemorativa Komura: la Tebas posmoderna. Allí conoce a la
señora Saeki y su espectro, y a
Oshima, personaje muy letrado de buen gusto musical, cuyo género/sexo es
imposible de descifrar. Nuevamente un significante vacío, más que hombre o más
que mujer, los comprende a ambos. También conoce a Sakura, quien lo ayuda en
los peores momentos.
Todos los personajes tienen un secreto,
que en mayor o menor medida, está relacionado con lo más trágico del destino de
Kafka, porque en la tragedia reside no solo los defectos de los personajes, sino
que también sus virtudes que los llevan a la ruina. Dicha biblioteca abre los
espacios hacia lo metaliterario, leemos a personajes que leen, y la obra por
momentos es un buen espacio para conocer autores japoneses de épocas remotas o
bien autores occidentales como los griegos o “Las mil y una noches”. Mención especial de intertexto tiene el
autor clásico japonés Ueda Akinari, con su obra “Cuentos de lluvia y de luna”. Obra de la cual Murakami extraerá los
más conceptuales personajes.
Por otra parte, la segunda narración, se
vuelca violentamente intercalada a los sucesos primordiales de Kafka. En
principio parece ajena, pero con el correr de los capítulos va tomando forma y
aun más, una mayor vivacidad que la primera (y hasta entonces) principal
narración. Aquí se revelan informes secretos de los Estados Unidos: un grupo de
16 niños que paseaba por un monte buscando setas cae desmayados al divisar un
curioso objeto volador luminoso en la época de la Segunda Guerra Mundial. Todos
los niños vuelven a la normalidad, menos uno: Nakata. Entonces, esta narración
comienza con entrevistas a la profesora de los niños, doctores, psiquiatras
especializados, pero nadie sabe lo que pasó. La hipótesis que se baraja y que
no se refuta habla de un viaje fuera
del cuerpo, conocidos más comúnmente por la new
age, como un viaje astral. Nakata al volver o recobrar el conocimiento no
es el mismo, ha olvidado leer y escribir. Ha quedado tonto luego de desmayarse.
Desde aquí se transforma en el héroe mágico de la novela, el contrapunto a
Kafka, y quién, además de tener los más delirantes diálogos con los gatos, debe
cumplir la terrible misión de abrir y cerrar la puerta de la entrada.
Dicha puerta es el vórtice metafísico en
que se engarzan como engranajes dimensionales ambos relatos. Kafka encerrado
leyendo en la biblioteca descubre el cuadro de Kafka en la orilla del mar, así como la canción escrita del mismo
nombre por la señora Saeki. En paralelo Nakata toma la misión que se le ha
encomendado y viaja hasta Takamatsu, lugar de los increíbles acontecimientos.
El cronotopo de la novela refiere a pocos días y centrado en dicha ciudad (es que el tiempo no es un factor importante),
así como su espacio indefinido en el bosque laberíntico de una perdida montaña.
Personajes misteriosos recorren esta obra, para darle un aire de irrealidad: el Coronel Sanders que es un concepto que ha
adoptado la forma del símbolo del Kentuky Fried Chicken, los distintos gatos
que ayudan con sus diálogos en las búsquedas de Nakata, Hoshino un joven
simplón y algo tonto, Johnnie Walken el más famoso asesino de gatos, quien les
quitaba el alma para construir una poderosa flauta; el joven llamado Cuervo que
es el alter ego o yo profundo de Kafka, con quien dialoga y guía en los
momentos complejos. Todo esos condimentos llevan a tensar la obra en una
hiperrealidad: género fantástico y esotérico. Pongo la “y”, porque ambos elementos
se superponen perfectamente.
El punto es que el conflicto, que por
momentos parece anudar el nudo borromeo de Lacan, no logra entrelazar en sus
vórtices un verdadero espacio de crítica o de una renovación de la mirada del
lector frente a sus problemas existenciales. Como lectores nos quedamos
esperando algo más. La obra se lee de forma simple, incluso puede ser una
interesante lectura escolar. Más allá de una entretención e introspección
reflexiva no alcanza a generar algo superior. Es una obra centrada en la
anfibología del fantasma, el espectro, el amor como la ilusión de una nostalgia
hacia los seres muertos: abre puertas de un mundo alegórico que no alcanza. El
pueblo fantasma en la profundidad del bosque, climax de la obra, no responde
nada sino que nos difumina hacia la interpretación de que el conflicto
primordial que aqueja al hombre posmoderno es un viaje laberíntico del interior
(por supuesto, nada nuevo). Como es adentro es afuera, y visceversa. El
laberinto es una metáfora de los intestinos.
Murakami debió haber leído a Borges. Y
aunque no lo nombre, están allí los mismos elementos. Kafka más que un héroe
kafkiano (no hay ni ápice de crítica a la sociedad burguesa o posmoderna) es un
héroe borgiano. Bibliotecas llenas de libros, otras sin ellos, laberintos en
las entrañas, en las calles y en los bosques recorren toda esta obra. No parece
haber salida, menos aun cuando el amor se vuelve expresión de una ilusión, como
escribía Lacan: “El nuevo objeto se busca
a través de la búsqueda de una satisfacción pasada, en los dos sentidos del
término, y es encontrado y atrapado en un lugar distinto de donde se lo
buscaba. Hay ahí una profunda distancia introducida por el elemento
esencialmente conflictivo que supone toda búsqueda del objeto. Bajo esta forma
aparece en primer lugar la relación de objeto en Freud” (1956). Es esa
búsqueda del objeto deseado en una satisfacción pasada un eje central del
conflicto de Edipo. Kafka transgrede todas las reglas en este sentido. No hay
tesis, solo hipótesis abiertas, que se llevan a la tumba de la muerte y los
limbos.
A fin de cuentas, la obra no debiese
leerse en términos de buscar expresiones filosóficas, ni de esperar que se
expongan los conflictos de nuestra contradictoria modernidad. La alegoría y los
fantasmas son elementos centrales, pero se queda ahí, como elementos o lugares
comunes de las obras masivas de la posmodernidad. No por nada Murakami es uno
de los autores más leídos actualmente. Tiene una pluma de sobra, para
“entre-tener” a descuidados lectores. Ponerse buenas gafas, que “Kafka en la orilla”, podría hacernos
perder el rumbo y adentrarnos en peligrosos laberintos, de los cuales
¿saldremos tal cual como entramos? A fin de cuentas, como bien repiten Oshima y
Kafka en la obra, las metáforas sirven para explicar y acercar la realidad.